jueves, 20 de abril de 2017

LA MORGUE: DEL MALTRATO AL DESTRATO

La morgue. Director: André Øvredal. Protagonistas: Emile Hirsch, Brian Cox, Ophelia Lovibond, Michael McElhatton y Olwen Kelly, entre otros. Guionistas: Ian Goldberg, Richard Naing. 42 /IM Global / Impostor Pictures. EE.UU., 2016. Estreno en la Argentina: 20 de abril de 2017. 

Juan Pérez. Además de ser el nombre de uno de mis compañeros de secundaria, Juan Pérez es una especie de alias que (al menos en la Argentina) sirve para identificar al tipo medio, ese cualquiera que podríamos ser todos los ciudadanos ignotos y comunes que habitan el país, cuya identidad real nos resulta desconocida. Los yanquis, en particular, suelen referirlo como John Doe (si es hombre) o Jane Doe (si es mujer), en usos y costumbres que aplican tanto para los vivos como para los muertos. 

De ahí que el título original de La morgue (The Autopsy of Jane Doe) centre la atención en el cadáver de esa mujer joven de la que nada se sabe al comienzo de la película; y del que iremos averiguándolo todo en tiempo real, mientras Emile Hirsch y Brian Cox van realizándole la autopsia que echará luz (y sombras) sobre un caso que, desde el vamos, se nos avisa que viene mal parido. 


El gran acierto de La morgue, me parece, es la fusión del drama forense tipo CSI con las pelis de terror. Sobre todo por las discusiones que permite abrir alrededor de las dicotomías natural-sobrenatural y ciencia-religión, identidades que se ponen en debate mediante la aplicación de los protocolos médico-criminalistas que buscan resolver la pregunta del millón: ¿Cuál fue la causa de muerte para esta Juana Pérez? 


Durante la primera mitad larga del metraje, la calidad de las preguntas que dispara la autopsia elevan a la película hasta su cima cualitativa. Algo que André Øvredal capitaliza notablemente en imágenes, climas, tensiones que instalan y profundizan el vértigo de la duda. Se habla mucho, es cierto, pero se exponen ideas, teorías, hechos concretos, de manera inteligente y atractiva. Por ello, las posibilidades que abren los descubrimientos forenses generan terror del de verdad, ese que uno puede imaginar por empatía humana. 


De ahí en más, cuando las respuestas que da el cadáver empiezan a ocupar el centro de la escena, la película desbarranca. Øvredal cambia el terror por el susto y La morgue se adocena en sus pretensiones y en sus alcances. Se habla mucho menos, pero la pantalla se llena con huecos, redundancias, tiempos muertos y frenos dramáticos que distancian al espectador de los personajes. Para cuando llega el final, lo transitado reina campante sobre todo lo que alguna vez supo ser imprevisto. 


Pobre Jane Doe. Ir del maltrato al destrato no debería ser destino para nadie. 
Fernando Ariel García

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